Autosuficiencia

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Yo soy Las Violetas, femenina y famosa. Lujosa y veleidosa. Primaveral, florida y colorida.
Plural es mi nombre, singular mi definida identidad.
Yo soy Almagro. Soy su referencia por ubicación, por antigüedad, por popularidad y por prestigio.
Yo soy el símbolo almagrense por excelencia que cuenta, como custodio de ese espacio tradicional y emblemático, con la compañía barrial del café “El Banderín” (Guardia Vieja 3601), último pariente de los cafés porteños abrazados a Almagro. Su mérito mayor es la colección de banderines de todas las partes del mundo deportivo que adornan sus paredes y las tapizan casi en su totalidad.
Me alegra que “El Banderín” me acompañe hoy con la misma fuerza de ayer y brindo por sus banderines con la carga emocional que sin duda ofrecen a quienes visitan el local, pero no me puede negar que yo luzco pergaminos que no están visibles pero que la historia exhibe en toda su magnificencia.
No obstante, pienso en mi soledad almagrense y en la responsabilidad que ello implica, y no dejo de extrañar a los viejos cafés que ya no están y que hace más de medio siglo eran mis competidores más cercanos. Ninguno de ellos alcanzó el grado de representación que aún ostento, lo que no es óbice para que los pueda citar a manera de homenaje.
En la avenida Rivadavia tuve como vecino de vereda impar al café “La Vieja” (Rivadavia 3825), que no llegó a tener la penetración en el público almagrense como la tuve siempre yo, y finalmente no pudo resistir su cierre por “viejo” y desprolijo.
En cambio, en la vereda par, casi frente a frente y custodiando a ambos lados al cine Almagro, existieron dos cafés bien disímiles entre sí: el más antiguo, conocido como café “Los Yucas” (Rivadavia 3884) nació pobre de presencia, tanto edilicia como por la baja calidad de sus parroquianos, y a los pocos años dejó su lugar al café “Almagro”, que mejoró su fisonomía pero se ganó un público afecto a la timba, las apuestas, las martingalas y todo tipo de juego. Yo reconozco que me vi favorecida porque su clientela no se sentiría a gusto en mis dependencias.
El otro café, llamado “San Carlos” (Rivadavia 3868), prolijo y bien puesto, gozaba de un público más selecto, de refinada presencia. Tal vez este último haya sido el rival comercial que más mereció mi atención, pero la desaparición del cine Almagro puso al descubierto cuál era su sostén mayor y el factor de su cierre definitivo.
Más allá estaba el famoso y muy concurrido café “La Sonámbula” (Rivadavia y Maza) que durante el día era un foco de atracción de parroquianos consecuentes del cafecito humeante y por las noches trastocaba el ambiente y daba paso a gente poco recomendable dispuesta al disparate, confundidos en la densa humareda de los fumadores y atraídos por una victrolera que desde su estrecho palco expandía la música bien seleccionada de sus discos y exhibía las delicadas medias de seda en sus piernas bien torneadas.
Por supuesto que si bien yo también tuve mi victrolera, acorde con la moda de la época, su música de concierto por orquestas clásicas y su vestido largo de piernas cubiertas fueron factores decisivos, a la hora de las respectivas permanencias, entre aquel famoso café y yo.
En la avenida Corrientes, más lejos de mis dominios, en distintos momentos me escoltaron cinco cafés, y ninguno de ellos llegó a pisarme los talones, ya sea por una u otra causa, porque a todos los desbanqué con mi conducta. Veamos:
A principios del siglo XX estaba el café “Los Loros” (Corrientes 4030), de poca duración, ya que parecía exclusivo del personal tranviario de la compañía Lacroze con su verde vestimenta, y de ahí su curioso nombre. Otro breve final lo tuvo el café “La Morocha” (Corrientes y Carril), casi exclusivo para gente de tango y por los aficionados a escuchar a sus músicos preferidos brindarse desde el destartalado e infaltable palquito. Más acá en el tiempo nacieron los tres más arraigados, situados en un lugar estratégico como lo es Corrientes y Medrano. El café “El Motivo” (Corrientes 3875) para los historiadores o “Los Cocos” para los que lo poblaron fue un rincón místico donde los almagrenses disfrutaron de los naipes, los billares, el ajedrez, el dominó y los dados, de La Razón 6ta., y de los compases tentadores que noche a noche les regalaba la victrolera, también desde el palco que la costumbre había impuesto. El café “El Cóndor” (Corrientes y Medrano) era imponente por la amplitud de su salón, la solidez de sus mesas de fina madera lustrada, sus sillones, sus mozos con sus vestimentas, que lo acercaban más a una confitería para disfrutar de una amigable conversación que a un rancio cafecito de barrio. Por último, recuerdo al café “El Ceibo” (Corrientes y Bulnes), luego “Bar Rocha”, de contenido desprolijo, con un dueño de excesivos recelos, público consecuente y mañero, griterío infernal, juegos y billares hoy sí y mañana no, y un sinfín de anécdotas y ocurrencias difíciles de comentar.
Pues bien, ahora me he quedado casi en soledad, y aunque no me gusta discriminar, diría que todos los citados no tuvieron ni el coraje ni la categoría para subsistir y mantener en alto esa reconocida legitimidad ganada a fuerza de trabajo y de una digna entrega. Hoy puedo lucir mi diploma de “área de protección histórica y de interés cultural”, lo que me permite compararme sin ambages con los mejores de mi ramo en el mundo entero. He dicho con los mejores del mundo y lo reitero.
El café “Quadri” (Venecia-Italia) me aventaja en presencia puesto que nació en 1775 y asienta su fama en una restauración similar a la que me tocó a mí, pero ambos seguimos con la línea decorativa de siempre, por lo tanto no me saca ventaja en ese sentido. “Les Deux Magots” (París-Francia), nacido en 1885, es contemporáneo y se destaca por sus clásicos desayunos, sus cafés parisinos y por sus croissants, en consecuencia no saca ventaja alguna frente a mis desayunos y famosas medialunas. El café “Schiller” (Amsterdam-Holanda) abrió en 1892, otro contemporáneo, poseedor de un diseño interior elegante, de gran iluminación con lámparas de bronce y colores brillantes, que no desmerecen para nada a mis suntuosas arañas, los anillos de bronce y los apliques distribuidos en mi interior. El café “Els Quatre Gats” (Barcelona-España) de 1897 se jacta de la presencia constante de pintores, dibujantes y artistas plásticos en general, que aplaudo pero que no me asusta por cuanto yo puedo también alardear por la gran cantidad de personalidades de todo tipo que me visitaron durante tantos años. El café “A Brasileira” (Lisboa-Portugal) de 1905 proclama su hermosa decoración que yo contrapongo con mis reconocidos vitrales. ¿Qué tal?
Pues bien, quien quiera opinar que opine. Yo soy Las Violetas. Desde 1884.
Al finalizar esta entrevista, los que me entrevistaron o quienes lean esta crónica, tal vez me endilguen cierto aire jactancioso que no tengo, aunque por el solo hecho de ser una referencia cabal del barrio de Almagro podría merecer tal jactancia, o por lo menos gozar de ese orgullo barrial.