Relato: “La Delicia”

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Me estoy derritiendo de ansiedad por volver a saborear el dulce pecado marrón que esclaviza de gustos y placeres a los paladares y ante su sola mención, se torna irresistible, dijo un viejo gourmet, cansado en años y aburrido de probar vinos y comidas. La tentación y el deseo presionaron muy fuerte sobre algo que tenía prohibido pero un aviso publicitario hizo que dejara de lado aquella ansiedad y siguiera su consejo de visitar un castillo medieval que se encontraba perdido entre los bellos rincones que la naturaleza ofrecía al mundo, allá a lo lejos en los Alpes suizos.

Ese mismo aviso con su invitación, más que pintar algo novedoso era una incitación a la dulzura por la dulzura misma y consecuentemente, sin titubear, se tomó el primer avión y a Suiza se fue.

Cuando llegó a destino no pudo menos que gritar su alborozo frente a tanta belleza junta, pues a su vista asomaban bosques encantados, montañas de azúcar, nubes de caramelos, riachos de miel, vegetaciones donde predominaban árboles de la familia de las esterculiáceas, cuyo fruto amargo es una vaina que contiene las semillas de las que se extraen materias grasas como manteca de cacao y un polvo que sirve para la fabricación del chocolate.

En medio de esa hermosura digna de un cuento de hadas se encontraba el castillo promocionado por una atractiva Suiza láctea y exaltado por la nota periodística que trastornó los deseos del gourmet.

¡¡¡Y no era para menos!!! Era imponente observar a primera vista ese castillo de chocolate sobresaliendo en las alturas y asimismo reparar en el deslumbramiento que su presencia produjo en el ánimo del gourmet, quien antes de acceder a su interior buscó asesoramiento con un arquitecto de la zona que a través de un encuentro casual le explicó que había sido construido sobre la base de turrón de chocolate recubierto con lajas de cacao adheridas con azúcar impalpable.

El gourmet comenzaba a disfrutar de su sueño de chocolate cuando al ingresar al castillo el olor que flotaba en el vestíbulo sensibilizó sus papilas gustativas, y a la par de corroborar que el viaje no había sido en vano y todo había salido a pedir de boca, en sus ansias el impulso de arrancar un pedazo de las paredes y devorarlo estaba latente, aunque se supo contener ante la presencia de un enanito de chocolate que luego le serviría de guía.

La visita comenzó recorriendo el segundo y último piso del castillo con la compañía del enanito que le iba comentando paso a paso cada una de las cosas que conformaban y amueblaban el recinto, como las paredes, las ventanas, los cuadros, las mesas, las sillas, todos confeccionados con ese producto derivado del cacao.

Realmente un mundo maravilloso de chocolate y ese segundo piso era todo un museo que, según los carteles chocolatados que se exhibían, las piezas del pasado respondían a los primeros cincuenta años del siglo XX, un período en el cual se consideraba al chocolate como una golosina que tenía propiedades alimenticias y calóricas. Eran épocas en las que no se negaba el chocolate. Nadie se oponía a su consumo, las madres mucho menos.

Ese segundo piso era testimonio de aquellos tiempos alimenticios sin control de nutricionistas, tiempos de proteínas al tope, tiempos para ese hijo natural de cacao y azúcar que el público comía libremente y cuya ingesta se estimulaba en la creencia de que era un aliado de una robusta y buena salud.

Recorriendo lugar por lugar, el visitante observó en exposición y bien distribuidos, caramelos de chocolate, chupetines, masas finas, palos de Jacob, galletitas, tabletas, bombones, helados, barritas, toda una variedad de exquisiteces de chocolate en distintas modalidades. En góndolas más destacadas se podía ver a dos clásicos de aquellos días, uno de ellos los chocolatines cuyos envases contenían en su interior figuritas coleccionables para completar álbumes que solían ser tesoros de valor para los niños de edad escolar y el otro, el chocolate de taza derretido en leche caliente acompañado por churros, servido en festejos de fechas patrias.

Siguiendo con la visita, bajaron al primer piso donde para empezar se tropezaba con carteles anticipando que allí se cubría la segunda mitad del siglo XX y por consiguiente, lejos de exponer diversidad de otros productos, solo se presentaban anuncios que advertían que el chocolate era un atentado contra la salud de la humanidad. Decían y destacaban que lo que antes era considerado un alimento, pasó en esos años a ser perjudicial para el estado de sanidad de las personas y se encaró una lucha frontal contra el aumento del colesterol en la sangre argumentando que era producto del exceso de calorías que representaba ingerir chocolate en todas sus formas. Se sostenía, además, que debía ser condenado de por vida y prohibido por la ciencia médica.

Tiempos de censura magnificados en este paseo por el primer piso como una forma de producir el contraste de lo bueno y lo malo que ofrece el noble chocolate.

Sacudido íntimamente por lo leído en ese piso desalentador, el gourmet y su guía, el enanito de chocolate, descendieron a la planta baja, punto final de la recorrida. De inmediato renació otra vez su fanática obsesión sobre el chocolate, puesto que allí se encontraban referencias sobre el tema en pleno siglo XXI. En ese piso se presentaban a la vista de los visitantes, un humeante fondue de chocolate, casitas de chocolate, enormes tortas de chocolate, fuentes de mousse de chocolate, trozos de chocolate con almendras, higos, pasas de uva y avellanas, un conjunto presidido por el aero-chocolate, siempre provocador y lleno de aire sobrador.

Próximos a la puerta de salida, unos muñecos de chocolate cantaban a coro: “Somos dulces por placer y amargos al nacer, tenemos propiedades antidepresivas, antioxidantes y lipolíticas, y somos un inesperado aliado de la belleza de las mujeres, que mucho nos agradecen”.

Al retirarse del encantamiento vivido, le regalaron como souvenir una canasta que contenía confituras, ambas de chocolate, que no resistieron el embate del gourmet que las devoró camino al aeropuerto de la región.

De regreso de su estado letárgico, al volver en sí salió disparado hacia el maxiquiosco de la esquina de su casa y mientras festejaba la moda de esta nueva era del chocolate free, se compró otro en rama que consumió al grito enloquecido de vivas a la chocolatina, a la chocolatera y a la chocolatería. Por fin, un gourmet bañado en chocolate.

¡Chocolate por la noticia!