Mi madre era su admiradora más ferviente, pero yo, a mis escasos tres años, no le iba en zaga. Cada vez que se estrenaba una de sus películas, allá corríamos ambas a suspirar y sufrir por él durante los escasos noventa minutos que duraba el film.
Hablo de un cantante y actor mejicano al que seguramente muchos recuerdan: Jorge Negrete. Alto, moreno, con una sonrisa deslumbrante y una voz privilegiada, era seguramente mejor cantante que actor, pero entonces (igual que ahora), ese era un detalle sin importancia. Estaba en pareja con una actriz también mejicana, Gloria Marín, que según la opinión de mamá y también la mía, era espantosa. Recién estuvimos contentas cuando se casó con María Félix, la doña. ¡Esa sí que era una belleza digna de semejante galán!
Pero volvamos a 1945. La noticia de su arribo a Buenos Aires, conmocionó a sus admiradores. Venía de una exitosa gira por Latinoamérica y cuando se presentó en una radio porteña, debieron cortar el tránsito por las aglomeraciones del público. Se presentó nada menos que en el teatro Colón, con localidades agotadas, y allí cantó “Adiós Pampa Mía”, de Mariano Mores. En vista de tal éxito, se decidió realizar una sola presentación en el cine – teatro Broadway, y se pusieron en venta las entradas.
Ante la mirada divertida de mi padre, mi madre hizo una cola de tres horas desde las 9 de la mañana, pero regresó a casa triunfante, agitando tres localidades en su mano. Y allí fuimos las dos, junto a una amiga de mamá. Recuerdo su actuación aún hoy, pese a mis pocos años, de pie en la hilera de butacas, porque mis nervios no me permitían sentarme, encandilada por las lentejuelas de su gran sombrero negro y su traje de mariachi. Con el paso de los años, mi embeleso se convirtió en una anécdota familiar, pero puedo afirmar con seguridad, que ese simpático mejicano, fue mi primer amor.