Impulsado desde el más allá por Minerva, la diosa romana del arte, un inquieto rayo de luz logra filtrarse, como un reflector, entre las nubes blancas de la inspiración y el canto, buscando descubrir a tres figuras humanas que, respondiendo al clamor evocativo, transitan otra vez el barrio de Almagro desplazándose por una de sus calles. Precisamente vienen marchando por una de las setenta y dos reconocidas, tal vez la calle más privilegiada según sus respectivas preferencias.
La luminosidad de esa sabia intención logra enfocar la caminata emprendida por esos tres hijos dilectos del barrio e invita a gozar junto a ellos del arte mayúsculo que nos ofrecen. Ahí van, con sus vocaciones a cuestas, el poeta Mario, el actor Walter y el cantor Mario, pisando fuerte por aquella calle, la de los cuatro nombres. Es evidente que con su protagonismo prefieren pasear por Sadi Carnot por múltiples razones sentimentales, aunque el nominador catastral en la actualidad la designe con el nombre de Mario Bravo y en un ayer lejano la consagrara como Bollini y por poco tiempo como Esperanza. Ellos han elegido Sadi Carnot porque bajo esa antigua y más estable denominación siempre les dispensó una cálida receptividad, como también lo hicieron quienes vivieron en esa arteria: los jugadores de fútbol Rodolfo y Alberto De Zorzi, el pianista Juan Polito, el violinista Reynaldo Nichele, el atleta José González, el periodista Enrique Ardissone, el actor Pedro Quartucci, el compositor Lucio Demare, la actriz María Leal, el flautista Luis Teisseire, el catcher Alberto Percivalle, y otros menos trascendentes. Como se observa, podrían haber sido otros los seleccionados por la diosa Minerva para destacar y sacudir la memoria dormida, pero sin embargo optó por lo suyo, o sea por el arte, y por quienes habían nacido y fallecido en el barrio de Almagro, ganándose el título de auténticos.
A Mario Jorge de Lellis (14/03/1922), auténtico poeta de Almagro, que naciera en la calle Sarmiento 3565 y que escondiera su arrebato poético debajo de su “funyi marrón” asentado en sus orejas, se lo solía ver, después de salir del hogar de sus padres, avanzando por Sadi Carnot en dirección norte para tomar por Valentín Gómez hasta Salguero, la casa de uno de sus hermanos, o bien siguiendo ese mismo rumbo hasta Corrientes y Medrano, buscando refugio en el bodegón Gildo o, por el contrario, enfilar en sentido opuesto y reunirse con amigos en el boliche de Cangallo y Sadi Carnot.
Sin duda, era Sadi Carnot una sagrada rutina para su legítima costumbre de andar caminando certezas al igual que sus extensos poemas inspirados y aferrados a la atenta observación de los hechos y de las cosas cotidianas, lejos de maldades y despojados de supuestos. Ese fue su constante camino que nunca conoció de atajos pues así lo reflejó en sus catorce libros editados. Esos libros de poesía que entre la fértil imaginación y la realidad vertida fueron escritos a su manera. A la manera de de Lellis…
Loas entonces para su poesía que reinventó palabras, inmortalizó hallazgos e idealizó a su barrio en un universo de tranvías, copas de vino y de blancas inocencias poblando patios de escuelas. Su naturaleza poética lo llevó a escribir versos que resultan una fiesta para los que tienen la dicha de leerlos, de recitarlos o de descifrarlos. Además, logró construir una despensa de criterios barriales donde quedaron almacenados pensamientos originales y sueños eternos. Su cosecha de grandes poemas, dedicada casi en su totalidad a las cosas simples del barrio que lo cobijó, es consecuencia de la germinación de la semilla más pura sentida y emotiva que con su amor barrial sembró hasta que debió enfrentar la decisión de la partida en su último domicilio en Rivadavia 3999 (15/11/1966).
Walter Santa Ana (25/12/1932), auténtico actor de Almagro, nació en la calle Sadi Carnot 24, donde se lo viera junto a sus tres hermanos salpicando veredas con sus primeros juegos infantiles. A medida que iba ganando en años, esas correrías se fueron matizando con su presencia en distintos teatros de la ciudad, estimulado por su padre, un inmigrante canario que lo indujo a ver obras teatrales cuando aún no emergía en su personalidad la escondida e ignorada vocación que había en él. Cuando todavía era muy jovencito, sus padres decidieron mudarse a la calle Bulnes 443, frente a la plaza Almagro, y mientras su interés por las tablas y la actuación iban tomando forma en su manera de pensar, se lo vio identificado con la muchachada de esa vereda impar de la calle Bulnes y sus andanzas, por muchos años más, lo tuvieron como protagonista principal en esa zona tan popular.
A los 21 años ingresó a la Escuela Nacional de Arte Dramático donde estudió bajo la mirada de maestros de la talla de Antonio Cunill Cabanellas y Pablo Acchiardi. En 1956 integró el grupo independiente dirigido por Onofre Lovero. Más tarde formó parte del elenco estable del Teatro San Martín por siete años consecutivos. Actuó en cuarenta obras teatrales, entre ellas El Avaro, Edipo Rey y Galileo Galilei; en más de quince películas cinematográficas como Setenta veces siete y La Patagonia rebelde, por citar algunas; y en numerosos programas televisivos. Reflectores por doquier, decorados varios, expertas direcciones, telones de cierres exitosos, aplausos de beneplácito, rodearon la consagrada carrera de este gran actor dramático que supo decir: “El teatro, antes que un medio de vida, es una forma de vida y una postura ideológica ante ella”.
La prematura pérdida de la visión que padeció por varios años no fue un obstáculo insalvable para cumplir y continuar la tarea actoral que nunca abandonó. Sus representaciones, a partir de la desgraciada ceguera que lo acompañó hasta el final de sus días, se llevaron a cabo siempre en un alto nivel interpretativo merced a su experiencia, a su oficio y a su valentía para enfrentar la adversidad. El agravamiento de una enfermedad respiratoria lo dispuso a iniciar su viaje final, partiendo desde su último domicilio en Rivadavia 4335 (9/06/2012).
Mario Bustos (21/03/1924), auténtico cantor de Almagro, que naciera en la calle Yatay, casi esquina Díaz Vélez, junto a sus cuatro hermanos, exhibió desde muy temprana edad su afición, inducido tal vez por su padre, el español Casimiro Álvarez. A medida que fue creciendo pasó del canturreo inicial a profesionalizar su canto. Integró varios conjuntos de tangos, como por ejemplo, José Canet, Domingo Federico, Eduardo Del Piano, y por un problema en sus cuerdas vocales se ubica como corrector de pruebas en el diario “La Prensa”.
Luego de una intervención quirúrgica es contratado por Juan D’Arienzo, iniciando la etapa más exitosa. A esa altura de la vida contrae matrimonio y ocupa un departamento en la calle Sadi Carnot 250. Decide entonces actuar como solista acompañado por muchos directores de nivel, siendo Florindo Sassone con quien hace una temporada en Japón. Víctima de un infarto fallece prematuramente cuando vivía en su nuevo domicilio, Sadi Carnot 291 (02/01/1980).
Como queda dicho, los tres “auténticos” nacieron y fallecieron en Almagro, luego de un período intermedio en el que emigraron a otros barrios: el poeta pasó a Caballito, el actor a Belgrano y el cantor a La Paternal. Los tres pisaron fuerte la calle Sadi Carnot, donde los citó la diosa Minerva y desde donde se alejó cada uno para siempre, mientras se escucha al poeta alegar que “no hay remedio mejor que un tinto para estimular mi numen, porque después de la segunda copa surgen con nitidez etérea las metáforas versificadas”; en tanto el actor repasa la letra de alguna obra de teatro abriendo de esa manera la ventana de la memoria para recorrer cielos eternos, y el cantor saca de la bolsa de sus canciones un tema y reiterando la franqueza de su canto, entona su melodía preferida y repite: “Si soy así, qué voy a hacer…”.