Romance de barrio antiguo

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REMEMBRANZAS DEL CARNAVAL AQUEL…

Aquél año, los carnavales cayeron en marzo. Los chicos protestaban por tener que ir al colegio en lugar de quedarse a jugar al agua en la vereda, pero las madres eran inflexibles. . . También protestaban las chicas, porque debían ir a bailar con el odiado saquito de hilo blanco en lugar de lucir primorosos soleros, pero las madres eran inflexibles. . . Unos y otras quedaron conformes el último sábado de carnaval: La temperatura trepó hasta los 32 grados, las chicas fueron a bailar a San Lorenzo sin saquito, y a la tarde, los chicos armaron la gran batalla de agua con “los de la vuelta”. El patio de la casa rebosaba con el piberío, que hacía cola para llenar tachos, latas y cacerolas en la gran pileta, mientras doña Juana gritaba que “se iban a pescar una pulmonía…” Los vecinos que no querían participar de la guerra líquida, espiaban detrás de los visillos y nadie salía de su casa a la hora de la siesta, momento indicado para los enfrentamientos. Nadie, excepto Angelita, la vecina nueva de la casa de la esquina, que no tenía idea de lo que pasaba en Boedo en las tardes de carnaval. Apareció muy compuesta, con el paquete de las blusas vainilladas que debía entregar en “Las Filipinas”, antes de las cinco de la tarde. El baldazo de Juan la alcanzó de pleno y por la espalda. Nadie rió. Ella giró, con el rodete deshecho y el paquete chorreando agua y lo acusó con la mirada. Juan, abochornado, se le acercó susurrando disculpas y tratando de secar el paquete con un pañuelo empapado. Angelita regresó sobre sus pasos y entró a su casa, ésa, la del pequeño balcón que daba al jardín. Momentos después, la algarabía había vuelto a instalarse en la vereda, pero él no participó más en el juego. Esa noche, lo vieron golpear a su puerta, llevando en sus manos un ramillete de jazmines y en los labios un ruego de perdón. Después…después llegó abril, con la cita primera, y las cartas de amor, y el romance de barrio que no pudo ser.