Domingo F. Sarmiento

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Homenaje a Sarmiento al cumplirse el aniversario de su Natalicio
Organizado por la Asociación Sarmientina se realizará el sábado 16 de febrero a las 10hs. Al pie del monumento al prócer, en Avda. del Libertador y Sarmiento, Parque 3 de febrero.

En el año 1938, cuando la República toda homenajeaba a Sarmiento al cumplirse medio siglo de su muerte, el diario El Mundo de Buenos Aires publicó una anécdota (palabra cuyo significado es “relato breve de un suceso notorio”) que resaltaba la sencillez de su perfil moral. En 1869, decía la nota, se le encomendó a un zapatero que remendase un par de botines negros. “Mire, compañero—le advirtieron—, que son del presidente Sarmiento”. Con los zapatos envueltos en un pañuelo llegó el remendón a la casa del Presidente, quien le abrió la puerta en persona. El hombre, temeroso, trató de escapar. Pero una voz de mando lo detuvo. Sarmiento sacó unos reales de su bolsillo, se los entregó, y lo palmeó con afecto. “No se asuste si por ahí le han dicho que soy el Presidente. Esta no es nada más que la casa de un hombre tan pobre, que se hace remendar los botines”.

Ciertamente fue Domingo Faustino Sarmiento un ciudadano al que el dinero y las riquezas poco importaban. Su pasión estaba puesta en otras cosas: la educación popular, el periodismo, la política, los viajes, la familia, el arte. Llegó a la cumbre que otros no alcanzaron. Fue un excelente escritor (díganlo Facundo y Recuerdos de provincia), accedió a la presidencia de la Nación, quedó en la Historia. Su vida era toda acción. Martín García Merou, que fue su amigo, aseguró que no conocía ni la pereza ni la inactividad. Y todo ello al margen de las fortunas humanas.
Sarmiento poseyó bienes materiales: tuvo terrenos en Chivilcoy, en el río Carapachay, Zárate, Asunción del Paraguay. Al dejar la presidencia adquirió la casa de la calle Cuyo, hoy calle Sarmiento y sede de la Casa de San Juan, donde se instaló con su hija, sus hermanas y sus nietos. Pero nada de ello alteró su sencilla vida. Consciente de una misión que no podía demorar ni detenerse fue en 1875 senador nacional y Director General de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires. Entre 1881 y 1882 actuó como Superintendente General de Escuelas del Consejo Nacional de Educación. Estas designaciones permitieron dejar en claro que su verdadero orgullo era ser maestro de escuela. El acceso a la presidencia de su patria sirvió, como lo prometió en alguna oportunidad, para hacer de toda la República una escuela.
Preocupado por la matanza de aves en la cuenca del río Salado, el expresidente, el genial escritor, el general de división, no tuvo reparos en solicitar a las autoridades municipales su nombramiento como juez de paz del pueblo de Junín. Nunca interrumpió sus tareas de periodista combativo. Al fracasar su candidatura presidencial del año 80 siguió adelante.
Nacido en la pobreza de su casa sanjuanina, marcado por el ejemplo cristiano de su madre Paula Albarracín de Sarmiento, nuestro prócer se creyó un cultivador más. En 1856 escribió a los vecinos de Chivilcoy por la quinta cultiva que le habían obsequiado: “Desde mi llegada a Buenos Aires he buscado en las islas del Paraná un pedazo de tierra adonde retirarme un día a vivir, como me he criado en mi pobre provincia, a la sombra de los árboles, cultivando plantas y aspirando el ambiente embalsamado de la vegetación y de las flores y como si ustedes conociesen estas predilecciones de mi espíritu, que no han cambiado la residencia en las grandes ciudades, han tenido la buena inspiración de ofrecerme lo único que sonríe a mi alma, un rincón de tierra, plantado de árboles, adonde volver un día a ser lo que nací y no debí nunca dejar de ser, pobre cultivador”.
La lección de Sarmiento puede resumirse en su fervor por una Argentina grande. No debía cegar el camino, ni el dinero ni el cargo político. ¿Importaba que el expresidente argentino fuese años más tarde titular de un cargo provincial o municipal? No, por cierto. Importaba que su país no estancase su marcha, que las vías férreas no quedasen sin extenderse, que el telégrafo uniese. Domingo Faustino Sarmiento no perdía su tiempo pensando ni en el oro ni en la plata. Apenas tenía tiempo para hacerse reparar sus botines gastados.
Pablo Emilio Palermo
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*Pablo Emilio Palermo es contador público. Ha publicado Esteban Echeverría: historia de un romántico argentino (2000), El hombre de Mayo: memorias de Cornelio de Saavedra (2003), Sarmiento en el Estado de Buenos Aires (2007), Los viajes de la vejez de Sarmiento (2009) y Nicolás Avellaneda en las letras argentinas ( 2012). Es miembro de la Asociación Sarmientina y del Instituto Sarmiento de Sociología e Historia. Ha colaborado en revistas especializadas en historia y literatura.