Cada estación del año Buenos Aires revive con sus plantas típicas. Nuevos colores se perfilen en el horizonte de una Ciudad casi vacía en el mes de enero. Los detalles.
Las diferentes especies de árboles y plantas nativas embellecen el paisaje de la Ciudad en esta época del año y más que nunca.
Enero es un mes muy especial debido a la gran cantidad de personas que yacen fuera de la Ciudad, lo que posibilita poder disfrutar de la misma sin el amontonamiento permanente que vivimos todo el año.
Desde que comenzó el mes, los porteños disfrutan de una variedad nueva en algunos barrios que sobresalen.Se trata de la planta científicamente conocida como Brachychiton acerifolius de la familia Malvaceae, (antes Sterculaceae).
El árbol provine de los bosques nativos de la Costa del Este de Australia y de las Selvas tropicales de Queensland a los bosques templados de Nueva Gales del Sur. Es uno de los árboles de flor más espectaculares de Australia.
Sus hojas similan mucho a los arces y una cubierta externa cubre sus semillas. Comúnmente alcanza alrededor de 10 a 15 m de altura, en la zona de origen puede llegar hasta los 40 m, con una copa de estructura piramidal. Su belleza se impone en suelo porteño con grandes hojas caducas y palmadas, con 3, 5 o 7 lóbulos de forma variable, con un largo peciolo; son de color verde brillante y ligeramente coriáceas. Presenta dimorfismo foliar: las hojas jóvenes son palmadas y las adultas enteras ovadas o romboidales.
Las flores tienen forma acampanada y están formadas por 5 pétalos parcialmente fusionados, de color rojo intenso a escarlata, lo que origina su nombre vulgar: árbol de la llama.
EL Árbol de la llama como se lo conoce en Buenos Aires representan una nueva etapa colorida y alegre. Sus hojas cuando caen al piso forman una alfombra color carnesí que coloriza las tardes porteñas.
Llamativamente esta planta no florece en primavera sino que lo hace cada dos o tres años.
Los ejemplares cultivados desde semilla tardan alrededor de ocho años en hacerlo, los que se producen a partir de injerto mucho antes.
Los aborígenes australianos comen las semillas tras tostarlas y emplean la corteza para elaborar cuerdas y redes de pesca.
En el jardín crecen varios ejemplares, uno cercano a la fuente de bronce en el camino principal, el otro en el área de Oceanía; durante este verano ambos demuestran de manera espectacular su nombre vulgar: árbol de la llama o árbol de fuego.