Alrededor de ocho millones de personas consumen estos medicamentos de manera regular. ¿Impactante no? Llama la atención también que muchos de estos remedios se compren por internet, cerca de un veinte por ciento. En nuestro país se encuentra prohibida esta clase de venta, que además expone a quien solicita este tipo de producto, a que tal vez, este no sea el que cumpla con todos los controles, como el que se ofrece en las farmacias de nuestra Ciudad.
La fantasía de la “pastillita mágica” que puede atenuar en minutos cualquier dolor, provoca otros tres…Por otro lado, la ingesta consecuente de este tipo de medicación, genera de manera invariable cambios en el carácter, disminución en la memoria y una dependencia difícil de modificar, a no ser, con la prescripción de otro ansiolítico de nueva generación, y aumentando de manera significativa la dosis.
Por su puesto que cada ser humano es único y tiene sus necesidades, pero no siempre el camino más fácil es el mejor para uno mismo o dentro del grupo familiar.
Durante 2016 se elaboraron noventa y seis millones de recetas y se vendieron ciento veinte millones de envases de treinta comprimidos, es decir: 3,6 billones de pastillas. De acuerdo con estadísticas del Sindicato Argentina de Farmacéuticos y Bioquímicos, representa el cuarenta por ciento más con respecto a 2012.
Vale tener en cuenta que los ansiolíticos son recetados por profesionales de salud, cuando determinados estados emocionales impiden el natural desempeño de la vida de las personas, pero es por un tiempo breve y claramente especificado.
Va llegando la hora y por la salud de todos, que las autoridades tomen nota de esta realidad que nada tiene que ver con la literatura, y lleven adelante las medidas que sean necesarias.
Para aquellos que aún no se pueden definir como “consumidores” y que no desean convertirse en un pastilla/dependiente, algunas sugerencias como para explorar: prácticas de yoga, el Gobierno Porteño ofrece encuentros gratuitos, meditación, espiritualidad, arte, etc.