Teodosia residía en la localidad de Rancho Viejo, un paraje perdido en las pampas argentinas. Teodosia era una de las chicas que mantenía viva la pretensión de poder presentarse en alguna oportunidad en la gran fiesta anual que ese pueblo cerealero realizaba en honor de las tres semillas que dominaban sus cosechas: soja, trigo y maíz, y disputar el reinado de alguna de ellas.
En ocasión de ese gran festejo pueblerino se procedía, jurado de por medio, a la elección de las tres reinas, tres distinciones honoríficas que duraban un año y a una de las cuales aspiraba Teodosia.
Una pretensión legítima de su parte, aunque realmente pecaba de un optimismo impropio teniendo en cuenta que su físico no la ayudaba, pues privaba en el concepto general que su deseo era un tanto presuntuoso frente a las probabilidades que tenían sus contrincantes, mucho más atractivas.
Ese acontecimiento se llevaba a cabo en el gran cine-teatro del lugar situado frente a la plaza principal del pueblo, que además tenía a su alrededor el edificio de la intendencia municipal, la comisaría, el hospital regional, un restaurante, la iglesia mayor y el único hotel, completando un centro cívico tan común en el interior del país.
Por supuesto, ese alejado rincón territorial tenía sus encantos como conservar algunas calles empedradas y un gran número todavía de tierra, también caminos polvorientos que conducían a los miles de hectáreas que abastecían de toneladas de esos tres cereales que daban vida y sustento a los pobladores. Desde luego no faltaba el club social y deportivo, un corralón de materiales para la construcción, un almacén de ramos generales, una estación de servicio, un mercado proveedor.
La población en su gran mayoría trabajaba en los campos dedicados a la agricultura y en sus momentos de esparcimiento sobresalían los torneos de bochas, veladas bailables en el club, obras de teatro ofrecidas por alguna compañía en gira o alguna película ya estrenada, visitas sociales o reuniones familiares, pero nada era superior en entusiasmo y expectativa al acontecimiento anual de la consagración de la reina de la soja, la reina del trigo y la reina del maíz.
La posibilidad de alcanzar esos reinados constituía una atracción muy especial para las chicas de Rancho Viejo y una disputa casi despiadada por cada uno de sus familiares que intentaban imponer como ganadoras a sus respectivas allegadas presionando a los miembros del jurado.
La joven Teodosia no era la excepción porque además de su íntima convicción de que merecía involucrarse como candidata, contaba con el respaldo de su entorno familiar que ponía presión para que se inscribiera, ya que la consideraba segura ganadora.
En consecuencia, dado que la cercanía del acontecimiento había llegado, el comité organizador abrió el registro de inscripciones por espacio de un mes, al cabo del cual tendría lugar la reunión anual.
Cumplido ese plazo se verificó que tan solo nueve chicas eran las anotadas para la disputa, las cuales quedaban habilitadas ya que cumplían con los requisitos exigidos como el peso, la estatura, el límite de edad y un físico que no ofreciera impedimentos de traslado ni exhibiera defectos visibles.
El segundo paso ante la inminencia del festejo condujo al sorteo de las participantes para adjudicarle el número que lucirían en sus respectivos trajes de baño esa noche tan especial y que les serviría de identificación en lugar de sus respectivos nombres.
El resultado del sorteo arrojó el siguiente resultado: Número UNO Ruperta, DOS Serapia, TRES Simplicia, CUATRO Ursula, CINCO Encarnación, SEIS Teodosia, SIETE Prudencia, OCHO Visitación, y NUEVE Casandra.
Y llegó la noche. La gran noche donde el pueblo de Rancho Viejo colmó las instalaciones del cine-teatro Luis Arata, una hermosa sala muy antigua, con quinientas localidades que para esas fechas resultaban escasas frente a la demanda de un público por demás entusiasta y hasta diríamos intransigente frente a los resultados del final de fiesta cuando debía procederse a coronar a las tres reinas.
La apertura fue animada por conjuntos musicales y desfiles de escolares disfrazados conformes a alegorías relacionadas con el tema central de la jornada: los cereales soja, trigo y maíz, agasajados y venerados.
Las miradas de los presentes estaban centradas en el despliegue magistral del animador que se desempeñaba como un conductor todo terreno que atraía por su versatilidad y la ductilidad para llevar a cabo su tarea de mantener a raya la indisciplinada conducta de los presentes que como siempre se alteraría aún más en el instante de la consagración de las reinas.
Y llegó el momento ansiado. El jurado comenzó a nominar a la reina de la soja, siendo el presidente el encargado de escribir de puño y letra el número de la ganadora en una tarjeta que entregaría al conductor para que procediera al anuncio pertinente.
El animador recibió la tarjeta, se desplazó hacia el micrófono y eufórico gritó: “¡¡¡La nueva reina de la soja de este año es la número SEIS!!!”
Teodosia no salía de su asombro. Su corazonada se había cumplido. Avanzó emocionada hacia el frente del escenario en medio de pocos aplausos, los de sus familiares, y un griterío ensordecedor acompañado de silbidos, golpes de calzados sobre el piso de madera, abucheos de madera y otros desmanes, por parte del público presente que argumentaba que una mano negra había operado en favor de un acomodo y un despojo.
Teodosia, entretanto, recibía la corona, la banda y el bastón de manos de la reina saliente. Precipitado el desbarajuste, el presidente del jurado llamó al conductor para advertirlo del error cometido, puesto que la tarjeta consagraba el número CINCO en lugar del SEIS anunciado. Según el conductor se trataba de un CINCO escrito a las apuradas que conducía a la confusión.
Ante semejante infierno de protestas que hacían suponer el fracaso del acto, el conductor volvió sobre sus pasos, tomó el micrófono y rectificó la proclamación. El público afortunadamente aceptó de buen grado la corrección, mientras que Teodosia, perpleja, volvía a padecer el asombro y con cara de resignación y de una tristeza inmensa, parpadeó y una lágrima brotó de sus enrojecidos ojos, al tiempo que devolvía la corona, la banda y el bastón.
Ante ese cuadro, el conductor mortificado por su primer acto fallido y compungido por la situación que vivía la pobre Teodosia, no tuvo mejor idea que volver a tomar el micrófono y gritar a los cuatro vientos: “Señores, la señorita número SEIS ha sido consagrada la Reina de la Alegría”.
Ese cuadro fue el acto final. El papelón borró el entusiasmo y la fiesta quedó postergada por primera vez en la historia.